La casona fue construida en 1912 por el arquitecto genovés Víctor Barabino.
Muchos mendocinos han escuchado e incluso visitado la conocida Mansión Stoppel. En 2018, la Secretaría de Cultura inauguró en ese edificio de Avenida Emilio Civit al 348, el Museo Carlos Alonso. Se trata de una casona que está llena de historia y belleza.
Quien mandó a construir esta mansión, que brilla en plena ciudad, fue Luis Stoppel. Chileno de nacimiento y de ascendencia alemana, tuvo una vida muy activa en Mendoza. Su relación con nuestra provincia se divide en dos etapas: la primera que va de 1885 a 1895 y, la segunda, tras vivir varios años en Buenos Aires y luego en Europa, desde 1912 hasta su muerte.
Fue comerciante, terrateniente, político y tuvo una alta inserción en el mundo social de Mendoza de fines de siglo XIX y principios del siglo XX.
La actividad comercial donde se destacó fue en una empresa de carruajes. Entre 1885 y 1895, Stoppel vivió frente a la plaza Cobos (actual plaza San Martín). A su regreso de Buenos Aires, en 1912, se asienta en su nueva residencia, en Sarmiento 1232 (actual Av. Emilio Civit). A su vez, también poseía un chalet en la villa Potrerillos y compraba tierras en diferentes zonas céntricas de la ciudad.
En cuanto a su actividad política, fue vicecónsul de Chile, título honorífico producto de su íntima relación con el país trasandino y Mendoza. Prestaba asilo y ayuda a todo ciudadano chileno que se encontraba en nuestra provincia. También fue concejal de la Ciudad.
Los expertos resaltan que la casa participa de manera constitutiva en la nueva imagen de la Ciudad Nueva. Luis Stoppel estableció en la zona Oeste de la ciudad su vivienda, que, en ese entonces, era escasamente poblada. Es por esta razón que debió colocar la red de agua potable. En esta zona entran en diálogo diferentes hitos modernos mendocinos: el ferrocarril, el Parque General San Martín, los portones de este mismo parque y la avenida Emilio Civit.
La vivienda se construyó bajo la tipología chalet, de 23 metros de frente por 60 de profundidad. A su vez, el terreno se constituía de 1.234 metros cubiertos y 2.000 de jardines, donde se comunicaba la actual Av. Emilio Civit con la calle Julio A. Roca. La obra comenzó hacia 1910 y se inauguró en 1912.
A través de una reja, se dividía el espacio público del privado, y a la izquierda se encontraba el ingreso para los carruajes y los novedosos automóviles.
La fachada presenta dos imponentes palmeras y vegetación racionalmente ubicada a ambos lados del sendero de acceso. El edificio, de dos pisos, se encuentra sobreelevado, lo que le otorga un carácter solemne a la edificación. El ingreso está enmarcado por dos pares de columnas y a su vez está avanzado sobre el hall, que se libera hacia los laterales, con un movimiento curvo hacia la vegetación.
En el piso superior, se repite la misma solución tripartita, pero más sobria y retraída. Finalmente, la fachada se corona con una cornisa superior con modillones curvos, que se continúa con el diseño de la reja, que se completan con dos jarrones franceses.
Es importante resaltar que la fachada original simula unos cortes rectangulares coloreados con un tono rosa pastel. Este color se repite en el diseño de la baldosa del piso del hall. Por lo tanto, la fachada propone un juego ecléctico de estilos, donde prevalece la noción de "villa italiana" y permite dinámicos juegos visuales, entre la ortogonalidad y simetría del edificio y movimientos sutiles curvos de avance y retroceso sobre el espacio.
El interior se establece a través de un centro neurálgico donde comunica la planta baja, el primer piso y la azotea, de donde se origina un potente ingreso lumínico. Alrededor de él se establecen en planta baja cinco habitaciones (posiblemente de mayor jerarquía en sus usos) y posteriormente otra serie de habitaciones.
En la planta superior, que se accede a través de una escalera, se repite el mismo diseño, donde las habitaciones se colocan alrededor de este centro.
Desde el punto de vista tecnológico, presentó uno de los mayores avances en materia de desafío ingenieril y arquitectónico. El terremoto de 1861 marca un quiebre en la historia cultural y arquitectónica mendocina, donde a través del programa moderno urbanístico y arquitectónico, se busca, por medio de la razón, desafiar y sobreponerse a ese pasado atroz criollo.
Este edificio está realizado con un mampuesto de hormigón y estructura de hormigón armado. Esta solución se resuelve como una de las propuestas más novedosas en cuanto construcción antisísmica.
El Museo Carlos Alonso ofrece dos espacios con características arquitectónicas muy diferentes. La Mansión Stoppel propone un viaje al pasado mendocino, al lujo de antaño y el nuevo edificio, una mirada hacia el futuro, parados en un presente, en el que podemos disfrutar del inmenso talento de nuestros artistas plásticos.
Fuente: https://www.mendoza.gov.ar/