Los rebeldes que derrocaron a Al-Assad dirigieron una administración pragmática y disciplinada en Idlib desde 2017; pese a sus raíces terroristas, intentaron mostrar signos de moderación
El recaudador de impuestos se lleva al menos el 5% del aceite, y los agricultores se quejan de que no hay excepciones, ni siquiera en los años de cosecha flaca.
Los recaudadores trabajan para el gobierno civil establecido en la región por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), el movimiento rebelde que acaba de encabezar el expeditivo derrocamiento de los 54 años de dinastía de la familia Al-Assad. El grupo islamista viene administrando la provincia de Idlib desde 2017.
El impuesto al aceite de oliva fue introducido en 2019, y esa y otras medidas han suscitado protestas y hasta algunos enfrentamientos armados y ocasionales arrestos.
Y sin embargo, el "gobierno de salvación de Siria", nombre con el que se conocía al gobierno civil de Idlib, subsistió. El gobierno aplicó aranceles a los productos que entraban a la región y generaba ingresos a través de la venta de combustible y el manejo de una empresa de telecomunicaciones. También controlaba la economía local a través de la concesión de licencias, tal como lo hace cualquier gobierno convencional, y demostró ser bastante eficiente en el manejo de esas finanzas, tanto para incrementar su capacidad militar como para brindar servicios públicos.
El perfil del grupo rebelde que se detalla en este artículo refleja las entrevistas con expertos y representantes de las organizaciones humanitarias que trabajan en el territorio que ya estaba bajo control del HTS, así como en el testimonio de residentes y en informes de Naciones Unidas y diversos centros de estudios.
Desde 2017, impulsados por la ambición de ampliar su poder, el HTS y sus grupos afiliados empezaron a gobernar el territorio con pragmatismo y disciplina. Aunque el grupo retenía el control general, gobernaba a través de una autoridad civil con 11 ministerios, lo que le permitía concentrarse en reconvertir a sus milicias en una fuerza más organizada.
Para enfrentar a otras facciones de milicias y a los críticos dentro de Idlib, HTS tenía una numerosa fuerza de seguridad interior, lo que regularmente desataba protestas contra métodos que eran considerados autoritarios y contra las duras condiciones en las cárceles.
Hoy la pregunta primordial es si esos rebeldes que ahora están tratando de conformar un gobierno nacional pueden escalar los logros que tuvieron en Idlib, una región agrícola pobre y escasamente poblada.
En sus tratos con las organizaciones de ayuda extranjeras, los ministros de Idlib nunca podían tomar una decisión sobre la marcha: siempre tenían que consultar primero con los líderes de HTS, según el representante de una organización humanitaria que pidió no ser identificado debido a la sensibilidad de las operaciones de ayuda en la zona. En una pequeña provincia, un manejo tan estricto del gobierno tal vez pueda funcionar, pero no necesariamente en un país entero.
Con sus raíces en el grupo Estado Islámico y Al-Qaeda, a partir de 2016 el HTS modificó y moderó su propia orientación jihadista. Si bien en Idlib impuso algunas prácticas islámicas conservadoras, no aplicó a las restricciones draconianas del grupo terrorista Estado Islámico cuando gobernaba partes de Siria.
Aun así, HTS sigue clasificado como organización terrorista por Estados Unidos, las Naciones Unidas, Turquía y otros. Como esa designación bloqueaba el acceso a ayuda externa, el grupo encontró nuevas formas de solventar sus gastos administrativos y militares: aplicó impuestos a todo tipo de bienes y empresas, incluida la producción agrícola, los cruces fronterizos, la construcción, el comercio, y las artesanías. Además, las empresas vinculadas al grupo disfrutaban del monopolio de suministro de combustible, electricidad, agua y recolección de basura.
"El HTS es un ejemplo de adaptabilidad económica para los tiempos de guerra", señala Mark Nakhla, director de investigaciones de Kharon, una firma de análisis de código abierto que asesora a las empresas sobre el cumplimiento de las sanciones contra grupos armados y otros actores hostiles.
Nakhla viene siguiendo al HTS desde sus días jihadistas y lo ha visto realizar "un estratégico cambio de marca" y pasar de depender financieramente de países donantes ricos a poder sostener sus operaciones militares y civiles a través de impuestos y de gestión de gobierno local.
También ha expulsado de Idlib a los grupos aún más radicalizados, y sigue combatiendo y a veces asesinando a sus miembros, según un reciente informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington.
El grupo también abandonó algunos métodos terroristas que utilizaba anteriormente, como los atentados suicidas contra objetivos militares, apunta Orwa Ajjoub, doctoranda de la Universidad de Malmo en Suecia y una estudiosa del HTS.
La historia del HTS está marcada por ese tironeo constante entre sus miembros más pragmáticos y los halcones de línea dura, una tensión que probablemente se mantenga a medida que expanda su control sobre el país.
"Los halcones del grupo quedaron marginados", dice Ajjoub. "Quieren gobernar y son islamistas, pero son muy pragmáticos y están siempre muy dispuestos a interactuar con las comunidades locales".
Mientras los combatientes rebeldes avanzaban desde el norte hacia Damasco para derrocar a Bashar al-Assad, sus comandantes les daban entusiastas discursos sobre la recuperación de Siria, no sobre la creación de un Estado islamista, señala Charles Lister, director de Lucha contra el Terrorismo y el Extremismo en el Instituto de Oriente Medio, con sede en Washington.
Según los expertos, el entrenamiento y la idea de estar cumpliendo una misión parecen haber infundido un espíritu de equipo entre los combatientes, en su mayoría jóvenes, mientras que el pago regular del sueldo garantiza la lealtad y evita el saqueo y otro tipo de extorsiones en las zonas que iba ocupando el grupo.
"Para ellos, la disciplina y el respeto son una parte clave de su visión del mundo", señala Aaron Zelin, experto en grupos jihadistas del Instituto Washington de Política para Cercano Oriente y autor de un libro sobre Hayat Tahrir al-Sham.
Como el gobierno de Al-Assad intentó aislar las zonas del norte controladas por los rebeldes, para los servicios básicos -agua, electricidad y telefonía celular- esas regiones tuvieron que depender de Turquía. El HTS creó empresas distribuidoras aparentemente privadas, pero sus propietarios estaban estrechamente vinculados a la organización, según los expertos y las organizaciones de ayuda.
Sin embargo, su principal fuente de ingresos probablemente eran los derechos aduaneros y otros aranceles cobrados en el cruce fronterizo de Bab al-Hawa, la principal puerta de entrada al noroeste de Siria desde Turquía. El grupo no difundió cifras, pero las organizaciones humanitarias que trabajan en Idlib estiman que por ese mecanismo obtenía ingresos de unos 15 millones de dólares mensuales o más.
De hecho, en algunos casos el HTS alentó a los residentes locales a lanzarse a los negocios, incluidas algunas operaciones que competían con sus propias empresas de telecomunicaciones y energía.
En lo que respecta a la estrategia militar, Ahmad Hussein al-Sharaa, el líder de HTS antes conocido por su nombre de guerra, Abu Mohammed al-Golani, abandonó la idea de que su grupo debía concentrarse en fomentar una jihad global contra Occidente.
En cambio, se enfocó en liberar a Siria de los Al-Assad, un movimiento que arrancó en 2011 con los levantamientos contra el gobierno en todo el país y que pronto fue cooptado por los grupos jihadistas.
En 2021, Al-Sharaa tomó una de sus medidas más importantes: la creación de un Colegio Militar. Los oficiales que habían desertado del ejército sirio ayudaron a formar a los nuevos combatientes y a un grupo heterogéneo de milicias de toda Siria hasta convertirlos en algo muy parecido a un ejército regular, con una cadena de mando establecida.
"Empezaron a parecerse mucho más a un ejército que a un mero rejunte de grupos armados", apunta Jerome Drevon, analista experto en la jihad y conflictos modernos del Grupo Internacional de Crisis. Los rebeldes estudiaron los manuales de doctrina militar occidental publicados en Internet por varias fuerzas armadas convencionales de otros países y en gran medida trataron de adoptar el modelo británico, señala Drevon.
Básicamente obtenían sus armas de las bases militares sirias que capturaban o en batallas con otras milicias, que con el paso de los años pasó a constituir el núcleo de su arsenal, señalan los expertos. Los oficiales corruptos del régimen de Al-Assad también les vendían armas, mientras que Turquía les habilitaba camiones y armas ligeras a sus milicias aliadas en el norte de Siria.
El desarrollo militar más notable del HTS fue la formación de una unidad de drones. Los rebeldes dicen que algunos de los drones los compraron y que otros los fabricaron ellos mismos.
En cuanto al control interno, por lo general el HTS dejaba a cargo a las autoridades locales ya establecidas, especialmente en las aldeas controladas por minorías religiosas.
Siria es un intrincado mosaico de diversas sectas. Con más de 23 millones de habitantes, es un país musulmán predominantemente sunita, pero con importantes minorías de chiitas, cristianos, drusos, así como de la secta alauita, que dominaba Siria bajo el gobierno de los Al-Assad. La población de Idlib era de 1,5 millones, pero durante la guerra aumentó a 3,5 millones, y esos desplazados de toda Siria viven principalmente en campamentos, según cifras de la ONU.
El HTS no aplicó los brutales métodos utilizados por los grupos más extremistas para imponer la práctica del islam.
Estado Islámico, por ejemplo, no aceptaba la menor desviación de lo que consideraba la ley islámica. Algunos infractores eran ejecutados, y a los ladrones se les cortaba una mano.
El HTS no encaja en esa categoría. La compra y venta de alcohol estaba prohibida, pero los residentes dicen que el grupo no intentó erradicar a los bebedores y que permite fumar en público. El grupo tampoco desplegó una "policía de la moral" para hacer cumplir códigos sociales estrictos.